lunes, 31 de agosto de 2009

En Costa Chica no hay jacales


(Cuento)
Cuca Massieu.

La muerte se extendía sobre el campo a través de miles y miles de grotescos cadáveres vegetales. La tierra agonizaba. Milpas retorcidas, cuerpos torturados, amarillentas víctimas del implacable tormento de la sed. Todo estaba perdido. La cosecha tan esperada era sólo basura, semilla asesinada como feto abortado. Allí no había nada que hacer. La vista se enredaba entre las matas secas que no alcanzaron a jilotear.

El hombre miró aquello con sus ojos opacos incrustados en la cara oscura endurecida de miserias, luego se detuvo en la mujer, joven vieja de veinte años que llevaba encima los siglos de batalla contra la pobreza de todas sus generaciones pasadas que allí estaban, masa de sombras desesperadas y hambrientas, rodeaban la casa, no se iban, más bien se amontonaban unas sobre otras, ceniza pesada que no se largaba al otro mundo, a su mundo de gente muerta, hecha polvo de años y años viviendo bajo tierra.

Allí estaban los muertos clavados, mirando sin ojos la parcelita que fue suya, sembrada con su sudor y su sangre ¡para nada!

Fantasmas tercos, derrotados, que no se querían ir porque, aunque fuera de palos y lodo, esa era su casa.

En la Costa se llama casa, o “redondo” así están en la zona de “Cuijla”, pero nunca jacal, aunque sea humilde. En Costa Chica no hay jacales.

La boca del hombre al fin halló fuerza para hablar.

-Mujé, junta la garra y vamo a jalano pa la sierra.

-¿Pa la sierra, Simón?, y ¿qué vamo a hallá en la sierra que no haiga aquí?

-Cállate, mujé. Allá tengo trabajo seguro y bien pagao.

-¿De qué, pue?

-Ya te dije que no esté de hableque. Me voy a alquilá y vamo a viví bien, ya verá.

Y así, con su balotancito de ropa, se salieron de la tierra suya. De todos modos se quedaron las sombras en la casa, allí iban a rondar pero al fin ellos se iban solos.

Salieron al amanecer y eso fue andar horas y horas bebiendo un trago de agua de rato de rato con la boca pegada al bule que cargaban colgando al hombro.

Después los caminos se treparon entre matas secas y piedras puntiagudas, hasta lo más tupido de la sierra.

No se miraban casas, pero él sabía lo que buscaba porque tenía bien seguro el paso y ella de sólo verlo se sentía liviana para seguir caminando. El aire estaba fresco y no había calor enfadoso de ese que pegaba los trapos al cuero.

Y lo mejor, iban solos mirando para adelante sin sentir la pesadez de abuelos y más abuelos encima como si los llevaran a “mamachi”.

Cuando alcanzaron la cumbre y vieron la meseta, un ataque de asombro los dejó como tontos.

Había un campo grande y parejo con yerba crecida de bonito color verde, aunque podía ser que no fuera tan verde ni tan bonita, sólo que había un “gentiyal” (de gente) que rajaba algo escondido en el yerbaje.

Pronto se les acercaron unos hombres bien armados, algunos cargaban metralletas y, con el mando que da el arma en las manos, les hablaron bronco.

¿Qué tales queren aquí?

-Quero alquilarme pue, pa trabajá...

¿Quén te manda?, ¿ya sabe cómo se trabaja?

El hombre jalo la mirada hasta donde se perdía el sembrado y miró mucha gente rajando la bolita de sepa Dios qué, y el que venía atrás recogía especie de goma que juntaban con muchísimo cuidado.

-Me echó pacá don Chon, que ya lo arregló con el mero jefe d´ este sembrao.

¿Sabe manejá arma? Este e trabajo de macho, que pelea por la mercancía hasta con su mera vida.

Fueron a la casa y se apalabraron. El medio se acordó de cuando era chamaco y su tata le enseñó que sí a todo. Tenía lo mismo que cortar la mota, acomodarla en paquetes listos para la entrega.

Allí no había soplones, sólo “burreros” como ellos que también hacían trabajo sucio, hasta matar un cristiano si se ofrecía.

El y su mujer se pusieron la máscara de “no sé nada” que los iba a encadenar para siempre a esa vida, pero no les importaba, iban a comer bien y ya.

La verdad nunca supo bien que estaba enredado para siempre y que si o eran los de allí mismo, serían los federales o los contrarios de igual negocio, pero sentencia de muerte la tuvo echada desde que llegó.

Menos quiso pensar en los chavos y chavas que la goma y la mariguana echaban a la perdición. Entonces sólo se le alcanzaba que iban a dejar de sufrir hambre.

La amapola y la mariguana dejaban buenos pesos y se podía comer con la paga.

Así corrieron los meses hasta que un día ...bueno, no quería acordarse de voluntad, pero allí estaba el pensamiento pegado a su cabeza como araña peluda.

Empezaron a oír un zumbido y luego, arriba de ellos, volaron como caballitos del diablo gigantes con ojos de vidrio.Todos corrieron y él igual, sin saber por qué hasta que los de arma grande tumbaron uno de esos animalotes que dizque eran “licóteros”.

Pero no ganaron la pelea porque los federales tirotearon con ganas de acabar con los armados.

Y acabaron.

-Lo que quedamo, bien golpeao y mecatiao vimo cómo juntaban la goma pa llevársela y má despué ardieron lo plantío de mariguana ya chaponeao.

Lo jefazo de la goma taba contento en su finca y nosotro lo “burreros” juimos a pudrirno a la cárcel encerrao, lleno de piojo, cucaracha, alacrane y too lo que pica el cuero.

Y lo q´ era pior ¡otra ve ´l hambre!.
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Agosto del 2009
www.costachicanuestra.blogspot.com



3 comentarios:

  1. una gran narracion de una estupenda persona no hubo i habra mejor ser humano q cuca massieu la exrañamos y extrañaremos por siempre. esa fue una de las mayores perdidas que pudo haber .

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  2. Gracias por tus comentarios. En esta página, damos a nuestros visitantes y amigos, lo mejor que podemos.
    Un fuerte abrazo.

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  3. Podrás encontrar en esta misma página otro cuento de Cuca Massieu. Abre la etiqueta "Literatura" y disfrútalo.

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